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Marcelo Maller 0 comentarios

El árbitro de Primera División Federico Beligoy denunció soborno en la Liga Interprovincial Santafecina en la que se enfrentaban Cafferatense y Cañadense. Y si bien esta información fue dada hace unos días no pierde vigencia. Beligoy le dijo a la agencia Télam "cuando llegué a Cafferata se me acercó el comisario del lugar y me dijo que iba a custodiarme durante toda la tarde del domingo, pero cuando estábamos por salir para la cancha me llevó aparte para decirme que el presidente de Cafferatense me ofrecía 13.000 pesos si su equipo ganaba".
Por eso suspendió el encuentro y realizó la denuncia policial.

Tras escuchar esta noticia recordé una situación parecida de Horacio Elizondo que escribí en el libro "Un hombre justo", la biografía autorizada del árbitro que dirigió al final del Mundial 2006 y que se puede bajar gratuitamente en este blog. Aquí va el capítulo entero.

SOBORNO, ESA PALABRA TEMIDA

Fue en Córdoba, en la localidad de Laguna . Era un clásico de la zona. Elizondo ya dirigía en Primera División y arbitrar aquel choque le servía para sumar unos buenos pesos de sueldo. Como había llegado a la provincia por la mañana, cuando fue al hotel se tiró a dormir un par de horas. Al mediodía, cuando bajó para almorzar, el conserje lo llamó a su escritorio:

--¿Ya lo llamó el Rengo?

--No ¿quién es el Rengo?

--El rengo es uno de los dirigentes del club local. Quería hablar con usted.

--No, no vino nadie.

--Pero mire que va a venir a charlar con usted.

--Y bueno, que venga.

--¿Pero le digo que venga o que no venga para hablar con usted?

--Yo no decido que venga. Si quiere venir que venga y sino que se quede en la casa.

--Nooo. Porque me parece que quiere arreglar para hoy.

--¿Qué quiere arreglar?

--Y...tenemos que ganar hoy.

--Van a ganar si ponen la pelota adentro del arco. Pero ahora, por lo que me dice, digale al rengo que no se aparezca por acá. Ahora sí decido yo. Y usted es un maleducado.

El árbitro se fue a su habitación intranquilo. Por primera vez alguien le hablaba de soborno. Era un partido de campo y contrataban a los referís de Buenos Aires que no dirigían ese fin de semana. Horacio intentó olvidar el episodio y luego de un par de horas de descanso lo vinieron a buscar para ir a la cancha. Ya en pleno partido, un defensor visitante comete un grosero penal al bajar con la mano la pelota en el área. Penal en Córdoba y en la China, claro. Ese defensor que parecía más un jugador de voleibol que de fútbol, fue directo hacia él a insultarlo y decirle que no había sido penal. Roja directa. Elizondo percibió que algo raro estaba pasando. El penal se transforma en gol; 1-0. Pero el equipo visitante comenzó a atacar y empató el juego. Final del primer tiempo.

En el complemento la visita hizo un gol de penal y ganó por 2 a 1. Pero en esos 45 minutos Elizondo se dio cuenta que, por los gritos que le llegaban de la tribuna, se había corrido la bola que el partido estaba arreglado para que ganaran los locales. El gran problema apareció a la hora de retirarse de la cancha: lo rodeo la policía y tuvieron que poner un candado en la puerta de entrada. La cancha estaba toda alambrada, así que era imposible retirarse por otro lado.

Cien hinchas del equipo local lo querían linchar; con un poste de luz intentaban derribar esa puerta y la policía no hacía nada. Cinco, diez minutos y nada. En su cabeza repetía “si entran soy hombre muerto”. En el predio los vestuarios estaban a cincuenta metros de la cancha y no había manera de escapar. Hasta que el árbitro tomó una decisión cuando se habían calmado un poco los ánimos: sacó pecho, puso la peor cara que podía y comenzó a caminar hacia la puerta. “Vengan conmigo, ustedes ubíquense al costado mío” le dijo a los agentes y a sus asistentes. Y empezó a caminar.

Elizondo fue a paso firme, abrió la puerta y salió. Mientras, la policía armó un cordón por ambos lados y la gente se puso de costado a insultarlos. Volaban botellas y llovían insultos. Pero llegaron a destino. Aunque no todo estaba resuelto porque tenía que cobrar sus honorarios y esperar que lo pasaran a buscar para ir al aeropuerto Pajas Blancas.

Primero llegó a los vestidores el presidente visitante que dijo

--Yo creía que usted estaba arreglado. Pero me di cuenta que no fue así, lo felicito.

Luego llegó el presidente local a pagarle no sin antes recriminarle;

--Que mal que te portaste, eh. Nos pateaste en contra.

-- No, hice lo que tenía que hacer. ¿Vos sos el Rengo? Preguntó

--Si, soy el Rengo.

--¿Ah, sí? Por qué no te vas a la reputa madre que te remil parió.

El presidente tiró el dinero en la mesa y se fue.

Elizondo se dio cuenta que nunca debió dirigir el partido luego de la charla en el hotel porque quedaría expuesto. Esa fue la gran moraleja que sacó tras su regreso a Buenos Aires.

Los años pasaron y ya con la chapa de internacional fue a dirigir un partido a otro continente. En la previa, el hombre responsable en la atención a los árbitros que iban a jugar aquel partido por eliminatoria se le acercó amablemente. Lo llevó a una exposición cercana y comenzó a hacerle preguntas.

--¿Qué reloj utiliza para tomar el tiempo de los partidos?

--Este reloj.

--Pero ese ya no va. Un árbitro de su prestigio no puede usar ese reloj; usted necesita uno muy bueno. ¿Y tiene auto?

--Si, un Dodge 1500.

-Ah, porque nosotros le podemos obsequiar un BMW. A usted y a sus compañeros.

--Usted se imagina que yo baje del avión y me suba a un BMW? ¿Qué explico en Argentina? Esto es un acto de corrupción en mi país.

--Pero usted tiene que decir que esto fue un regalo, que le dimos un obsequio como gentileza.

--En la cultura de mi país eso es inexplicable. Le agradezco el gesto pero no puedo aceptar.

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